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No lo vi

  • Foto del escritor: El Omar
    El Omar
  • 23 may 2020
  • 5 Min. de lectura

Todo empieza a partir de la solicitud del gerente. Andaba buscando propuestas para implementar en la oficina, actividades o estrategias que disminuyeran las dificultades de inclusión. Teníamos que proponer ejercicios que modificaran hábitos y pensamientos en los integrantes de la empresa, promover la tolerancia y el respeto. Llevaba dando vueltas en mi cabeza alguna solución, carteles, mensajes, videos animados; analicé algunas campañas propagandísticas hasta que me topé con una frase en internet «en los zapatos del otro». Intenté practicarlo imaginándome con un pie enyesado y usando muletas; en esa visión me dedicaba a buscar dentro de la bodega consumibles en el estante más alto… lo cual me pareció estúpido y nada real. Demasiado complejo para que sucediera en la oficina. Deseché esa idea y recordé a Rita, quien hace unos años se quejaba mucho de su embarazo y las actividades que debía realizar. Actividades que aunque parecían muy sencillas, en su estado resultaban muy complejas. La recordé tratando de levantar un lapicero con su enorme vientre interponiéndose entre ella y el piso; y de nuevo me pareció poco útil esa idea. No pude pensar cuanto podría influir en los compañeros, a demás ya no hay nadie embarazada en la compañía. Así que también esta idea la descarté como la anterior. Me pasé el resto de la tarde observando las actividades de mis compañeros tratando de dificultar sus acciones poniéndoles y/o quitándoles capacidades físicas y/o motoras. Así se fue el día hasta que me frustre, no había encontrado algo práctico y funcional que me permitiera realizar mi trabajo. Mientras cavilaba en mis pensamientos y repasaba en recuerdos lo que mire durante esa tarde me di cuenta que si me quitaran la vista, para mi sería imposible desempeñar mi trabajo. Sonreí maliciosamente, ya había encontrado mi “discapacidad ideal”, con ella podría experimentar conmigo mismo y obtener resultados sin depender de alguien del departamento. Comencé a aplicar mi propuesta ciega de inmediato. Decidí tratar de andar sin usar la vista, porque ¿qué haría yo si no fuera capaz de ver? ¿Cómo podría analizar el comportamiento de la sociedad y desempeñar mi labor? Me pareció de lo más interesante y para que fuera lo más real posible, se me ocurrió hacerlo en las instalaciones del metro, por su infraestructura, cercanía al trabajo y porque casi que conozco toda la red de memoria. Había elegido hacerlo de noche, después de las 9 y antes de las 11, para que la aglomeración de gente no interfiera. La primer semana fue de trampas y falta de confianza. Me puse unas gafas de soldador para obscurecer la visión, y por momentos cerraba los ojos, pero los abría cada vez para corregir el rumbo. Pensé en un paliacate o antifaz para bloquear completamente la visión, pero no tenia tan dominado el trayecto de práctica. A demás alguien podría detenerme y cuestionarme. No sería tan divertido y mejor quería pasar desapercibido lo mas posible. Parecerá contradictorio que al no querer hacerme notar seguía la misma ruta. La razón era que no queria "leer" las indicaciones con el tacto, en realidad no quise perder tiempo en aprender braille, era obvio que eso no era fundamental, por ahora. Pero si era parte del proyecto dedicarle tiempo al final.

A la segunda semana ya podía ir con un bastón improvisado y los ojos mayormente cerrados, en los trayectos congestionados giraba los ojos al techo, ya sin mirar al frente. Aprendí a sentir el paso de los que llevan prisa, el susurro de quienes balbucean deseando no les estorbes, las sombras de perfumes y sudores que dejan saber si vas o no por el convoy preferencial, y mas elementos que ignoraba al no poner la suficiente atención por el lujo de mirar. Como sea. Al inicio de la tercer semana se limitó la movilidad debido a la pandemia y nos mandaron a trabajar desde casa. Igual ya teníamos tarea que desarrollar y nuestra presencia en la oficina no era indispensable. Odie este periodo de tiempo, me sentaba frente a la laptop a ver videos de ciegos grabados por cámaras de seguridad, entrenaba a andar sin mirar por el departamento, aún cuando ya tenia medidos los pasos para no chocar con los muebles hice un desastre en la cocina y luego en la sala. Me desespere y decidí bajar de nuevo al metro, para entonces era ya obligatorio el uso de cubrebocas, la situación mundial estaba fea, pero en la colonia nadie hacia mucho caso o fingían seguridad y desinterés a la situación como remedio de su pánico. Al principio dudé en salir, pero decidí equiparme con gafas, cubrebocas y una careta de acrílico que pedí por Internet; guantes de látex y ropa ligera pero que me cubría todo el cuerpo. Me sentía como un explorador saliendo a la atmósfera de marte o algo así Tuve que añadir a mi disfraz protector anti contagio, mis gafas negras y mi bastón plegable. Hice la misma ruta de siempre, de la casa al trabajo y de regreso. En dicho recorrido, en una situación normal de visión habría hecho 30 minutos, incluyendo la caminata de los 2 transbordos que me tocaba hacer diario. Con mi provocada deficiencia visual y con poca gente en los andenes el tiempo de elevó a una hora y 45 minutos aproximadamente. El lapso de tiempo sin salir de casa me dejo ver mis errores en el experimento, era evidente que no logré mas que dominar la técnica de memorizar la cantidad de pasos, que hay de una vuelta a la otra. Mi recorrido era sumamente lento. Quise probar otras rutas para enmendar ese déficit en el proceso, pero me dio miedo. Lo haria la siguiente semana, apenas estaba retomando la actividad. Así que solo cambie el horario, ya no esperaba a que fuera de noche, salí mas temprano a mi recorrido. No sabia que su horario era este y la guía táctil siempre había estado vacía. Me sentí confiado y escuche el tren acercarse al anden, me di prisa y choqué con alguien que desapareció de mi camino muy rápido, creí que era alguien que se había movido para dejarme el acceso libre. El tren no dejaba de pitar, jamás había escuchado esa desesperación en alguna alarma auditiva. Dude en dejar de interpretar mi ceguera y trate de darme cuenta de lo que pasaba a través de mis otros sentidos. El tren se detuvo pero no abrió las puertas alguien me tomo de los hombros y me recorrió a la pared del anden, llegaron varias personas pero no se escuchaban como usuarios. Abrí los ojos me quité la careta y las gafas obscuras y, luego usted me pidió que le contara todo… —Firme aquí, aquí, y aquí, donde dice su nombre. Ponga sus huellas en la pantalla y después firme una vez con esta pluma en esta otra pantalla. Un oficial me llevo a una celda vacía y fría. Entonces me decidí a retomar la idea de la mujer embarazada, diseñe en mi mente una botarga de esponja para simular el aumento en carnes y bochornos que debe experimentar, según he leido y escuchado. Un par de días usando eso y cualquiera ha de darse cuenta de lo difícil que es levantar un lápiz del piso.

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