Carta a un abuelo muerto.

Mi abuelo ha muerto hoy. Murió en la casa donde crecí.

El solo estaba ahí. Seco, pálido sobre su cama cual arena mediterránea.

Sus ojos estaban aun abiertos redondos cual platos, la falta de bombeo sanguíneo les robaba el brillo pero aun reflejaba el vacío abismal del espacio. Aquellos ojos que habían visto desdén y lujuria no miraban mas.

Mientras, yo podía ver como el total de sus hijos lloraban, no pude creer lo que estaba pasando.

Aunque sus hijos no fueran de la misma madre todos quebraban el alma. Cada lágrima que les llovió en sus mejillas, era también de mi abuelo, fueron cada desprecio.

Jamás vi llorar a ese señor, aunque le vi muchas veces sonreír de una forma muy parecida al llanto; me fue muy fácil reconocer esos diamantes cristalinos, etéreos y vislumbres que aun no habían sido evaporados por la tensión de su muerte. Aun podía ver algunos de sus sueños desvanecerse. El jamás estuvo detrás de un saxofón.

Mi abuelo tenía una altiva apariencia. El rifle que he de heredar (pues el lo heredó de su abuelo) y que siempre tenía en el umbral de la puerta jurando que ese rifle había estado en la revolucion. No hará falta nunca mas, no necesitaremos pedirle que se tranquilice medio borracho mientras amenaza a el vecino. Ya no hay vida ni alcohol para curar sus heridas, aun menos, no hay heridas que le alcancen para esta vida. Tu vida llena de hijos que jamás tuvieron tu apellido, de mujeres que jamás fueron tus esposas. En tus propias palabras: "He dado tragos mas largos que esta vida, ahora me voy exhausto con la boca seca".

Nosotros llevaremos tus cicatrices en los bolsillos, llevamos algunas gotas en la lengua.

Duerme tú siesta, cuando despiertes aquí estaremos tus nietos; tus hijos; tu mujer; tus perros; tu rifle y tus libros. Cenaremos, dormirás en tu silla, morirás en tu cama y como el mar, te dejaremos ir.