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Día de "la elección"

  • Foto del escritor: El Omar
    El Omar
  • 15 jul 2018
  • 5 Min. de lectura

La vida iba bien, un día normal, como siempre gente iba y venía, entraban viejitos, personas en sillas de ruedas, muchos solicitando información, de calles, lugares cercanos o rutas para llegar a destinos pendejos.


Para las dos de la tarde ya esperaba al relevo para ir a comer, no había desayunado bien y tenía que ir a conseguir tortillas para complementar lo que traía de la casa. Como siempre, llegó tarde, y traía noticias incómodas. Me tocaba irme encuartelado, por más que me puse al pedo con los mandos, me atoraron y mandaron al sector. Como un arrestado cualquiera, pasé el resto de la tarde con otros elementos, que, con el paso del tiempo, aumentaron considerablemente, llegaban más y nos apretujábamos en las banquitas, en la sala de espera de la recepción y hasta en los sanitarios. Así sin más órdenes que cumplir y nada que hacer, nos dieron las 4 de la mañana, cuando nos despertaron para formarnos.


Puta mi suerte, que ya tenía planes para el domingo y el servicio me arruinaba el descanso. Parados como chiles, empezamos por cantar el himno nacional, se nos empezó a coordinar y separar por camiones para repartirnos en los diferentes puntos para resguardar el orden.


Para cuando me asignaron un puesto ya eran las 7 de la mañana y yo me sentía como crudo. No había podido dormir bien en la silla del cuartel, ni me había lavado la boca, ni la cara, aun traía la playera del día anterior y mi uniforme arrugado era la muestra gráfica de cómo me sentía.


Puse mi cara de emputado para que la gente no se me acercara a preguntar pendejadas, pero algunos de los compañeros quisieron hablar conmigo, preguntando de que servicio venia, cuantas horas llevaba en turno cuando me sacaron, que si alguien tenía información de cómo había que meter el día para que lo pagaran, que si de aquí tenían que irse a su servicio de nuevo… Puras preguntas pendejas. Como no conocía a ninguno y estaba que me llevaba la chingada, dije que no sabía ni que pedo. Me adelanté a la esquina y busqué un puesto de algo, porque a esa hora ni tortillas iba a encontrar y la comida de mis tuppers seguro ya sabía de la verga, o estaba echada a perder.


Amanecía nublado y ni un puesto de nada. Antes de las 8 ya pasaba gente y comenzaron a descargar cajas de la camioneta oficial con el símbolo rosa, las metieron al patio de la casa donde nos asignaron; un patio amplio y con algunas mesas puestas en forma de “u”. Para entonces el primer oficial que dejaron a cargo nos ubicó en un punto estratégico de la entrada del zaguán, cada uno firmes para salvaguardar el proceso tan importante que ese domingo estaba dando comienzo. Sería una jornada larga y a mí me valía madres participar, yo solo quería que quien resultara de este pedo, apoyara a los policías y nos diera mejores prestaciones y beneficios.; eso y pensando en que podría estar de camino a casa, para chingarme las caguamas que compré anticipando la restricción impuesta.


Pensando pendejadas fue como se me pasó la mañana, el retortijón en mis tripas me recordaba que no había ingerido alimento alguno hace más de 24 horas, todo por pinche mamón, porque en el cuartel pude chingarme mis guisados que traía. Como sea, siempre reparten algo para tragar a quienes venimos a cubrir eventos, a ver con que mamada nos salían esta vez.


Para esta hora de la mañana, casi el medio día, ya estaba el sol jodiendo la desvelada, la gente no paraba de asistir, en grupos grandes, familias completas, en pareja, solos (como el pinche perro), en carro, a pie, en bici, en patines. Un chingo de vatos que iban y venían, se le veía a la mayoría entusiasmados. Y había un grupo de personas con banderas de un solo color representantes de su partido combinadas con banderines simbolizando el lábaro patrio; permanecían atentos y organizando a algunos de los votantes antes de pasar a participar.


Debo decir que no me aburría tanto, asistían muchas chicas guapas a ejercer su derecho y pues, uniformado no me veo tan pinche, alguna de ellas me sonrió o era la sonrisa que no se le borraba de la felicidad y nerviosismo por haber participado por primera vez en estas cosas de la decisión del rumbo del país. Como quiera que fuera, yo permanecía en mi posición que afortunadamente cubría una pequeña lona y daba sombra.


De pronto llegó una patrulla con cajas, dos elementos bajaron y se dirigieron al primer oficial, mostró la lista donde nos había anotado; nombre, sector, placa y turno. Bajaron dos cajas y se marcharon. Dio un vistazo rápido y seguro notó mi distracción y aburrimiento, me hizo una seña y apunto a las cajas, me ordenó repartir el contenido a los compañeros y que resguardara el sobrante, ahí en la sombrita donde era mi punto. Así lo hice y tomé el mío, sobraron 4, me chingué la hamburguesa fría de tres bocados, tampoco era tan grande, pero estaba buena. Me bebí el juguito y me puse relax, por fin podía digerir algo mi estómago.


Guardé el chocolate que había de postre y deposité mi caja vacía en la caja más grande donde venían. Debí comer como desesperado porque después de ese lonche la señora de la casa que resguardábamos, saco sándwiches y agua de sabor, a los cuales no les hice el feo y me di cuatro, tomándome tres vasos de agua para bajar el pan seco que se pegaba al paladar.


El resto de la tarde pasó sin novedad, de pronto revisaba mi celular y paseaba por Facebook, donde salían publicaciones de fraudes, videos de gente haciendo mamada y media al respecto, todo el país hablando de eso, otros subiendo fotos de sus pinches dedos entintados. De nuevo me puse de malas y deseaba que terminara ya esta fiesta electoral. Sin ningún evento fuera de lo normal ya daba la hora de poner fin a esto, las boletas se acabaron y coincidió que también la lista de los registrados para esta casilla estaba completa. Así que comenzaron a recoger. Estaba un tanto alegre de que ya podríamos irnos, que por fin iría a darme un baño y a tomarme esas chelitas que me esperaban ansiosas de infringir el “no consumo de alcohol” en ese día tan especial.


Recogido todo, tuvimos que esperar, mi sombrita ya no era necesaria, me toco quedarme afuera del zaguán cerrado. Pasadas tres horas de haber terminado todo, la calle estaba desierta, me quedé viendo las banderitas que los mirones de los diferentes partidos dejaron olvidadas en la banqueta, volaban de un lado al otro. Así, a las diez y pico de la noche llegó de nuevo la camioneta oficial con el símbolo rosa, recogió las cajas que ya estaban ordenadas y custodiada por una patrulla se fue, como en la mañana.


El primer oficial nos agradeció, corroboro nuestros datos y nos dijo que podíamos retirarnos. Desde bien pinche lejos hasta mi casa hice dos horas, estaba hasta la madre de la democracia, del trabajo, de estar parado y me quedé dormido en el sillón, entre las maldiciones y los pretextos. Desperté sin querer saber quién gobernaría los próximos seis años y muy entusiasta de ver si la selección pasaría a la siguiente ronda. Puta mi suerte que se los cogieron también.


EL OMAR

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