Regresa…
- El Omar
- 21 sept 2018
- 2 Min. de lectura
—Ora sí, ya me fregué. Traigo un agujero de bala en la panza y no hay a donde correr, pa’ la sierra ya está cercado el camino de federales. ¿Dónde nos vamos ir mi general?
—Ya no tenemos a donde correr José, habrá que esperar en esta cueva un tiempito a que se vayan los soldados. Habrá que pasar el tiempo aquí, a ver si no te me mueres…
—Ya no aguanto mi general, mire este charcote de sangre, como crece, como manantial rojo. Nomás veo como la tierra se tiñe de rojo y el olor a fierro ya no se soporta, igual que este dolor en las tripas. Eso que decían que vez tu vida pasar antes de morir no es cierto. Solo alcanzo a recordar aquello que me decía mi madre, que habría de volver algún día a la casa. Que por eso había enterrado en el jardín, al pie del limonero eso tan especial que me
permitiera por sobre todo, regresar a la casa.
Y es que mamá era supersticiosa, a mis hermanos y a mí, nos guardó el cordón del ombligo, lo metió en una bolsa de yute y lo enterró al pie de un árbol frutal del patio. Yo vi como lo hizo con los de mis hermanos más chicos. Me explicó mientras los enterraba, y me señaló donde había plantado el mío. Su idea era que «al estar el ombligo enterrado en la tierra que te vio nacer, tu destino está atado a esta tierra, por eso siempre harás lo necesario para siempre intentar regresar. El vínculo siempre permanecería a ese lugar y con los tuyos.»
Solo que yo ya nunca regresé, estoy aquí recordando el lugar exacto donde la jefita me dijo que había enterrado esa tarugada de ombligo, mientras trato de no ahogarme con mi sangre, mi general; mientras dejo este mundo sin haber regresado nunca a ese jardín de árboles frutales.
Ya de grandecitos y antes de partir de casa, mamá nos explicaba a cada uno de sus hijos, la razón de haber elegido cada árbol, uno diferente para cada uno. El árbol —decía —representa algo de cada quien, por ser distinto de los demás, porque todos crecieron en la misma tierra.
—Decía también que a cada temporada florecían y daban frutos como nosotros, cada quien sus propios logros, a cada paso por la vida.
Mis dos hermanos mayores dejaron el pueblo para buscar mejores tierras y más ganancias, pa’lla, pal sur. Después de unos años, ya no supimos de ellos, mamá les prendía una cera y decía que regresarían a salvo.
Los menores, solo dos salieron a trabajar con un hacendado, a su casa de la capital, como criados de la casa grande. La única que quedó fue Martita, porque ya estaba encinta. El Juan fue quien se adelantó a los demás pretendientes. Ahora cuida el jardín y a mamá, bueno, se cuidan entre las dos. De eso me enteré la última vez que pasamos cerca del pueblo.
Yo guerreando en la revolución ni he podido ir a ver a mamá, al jardín ni a la Martita. Aunque anduve buscando a mis hermanos en la bola y en los lugares donde dijeron que andaban ya no los encontré. Ya no podré llevarle sus hijos a mi madre, ya nunca regresaré al cementerio de ombligos frutales.
Comments